A medio camino entre el sofá, ese mueble tan polifacético, protagonista indiscutible de las tardes de “no hacer nada”, y la imprescindible cama, existe una solución por la que muchos optan. El sofá cama es perfecto para acomodar a las visitas inesperadas, pero también es una forma de ahorrar espacio, algo necesario en pisos que cada vez son más reducidos. Si queremos adquirir uno, debemos tener en cuenta no sólo la estética sino el uso real que le vamos a dar; hay numerosos modelos, de mayor o menor tamaño y con prestaciones añadidas. Además, debemos tener en cuenta otras características, al igual que hacemos antes de adquirir un colchón.
Tal como sucede con los colchones, debemos comprobar que la cama adosada cumpla con los requisitos mínimos para el cuidado de nuestra espalda: no debe ser rígida como una tabla, pero tampoco excesivamente blanda. Aunque podemos cambiar de colchón más adelante, lo ideal es que no tengamos que hacerlo, puesto que se trata de un mueble cuyas piezas suelen venir integradas. Generalmente, el relleno que traen es de espuma o de pluma, pero podemos encontrar modelos con otros tipos, o incluso encargarlos específicamente si lo deseamos.
Antes de llevarlo a casa, debemos comprobar que se abre de forma fácil, y que el sistema de apertura no corre riesgo de estropearse si se utiliza con frecuencia. En cuanto a su consistencia, la norma es muy simple: cuanto más pese, mejor fabricado estará, y por supuesto mayores beneficios aportará a nuestra ergonomía.
Hay sofás cama para todos los gustos: los hay que se ajustan a decoraciones clásicas, vanguardistas o incluso para las habitaciones infantiles. Algunos, incluso, permiten cambiar el tapizado de manera muy sencilla.